domingo, 4 de septiembre de 2016

III - Runas


Él podría ser cualquiera de nosotros. Es lo que pensé la primera vez que le vi, retorciéndose los dedos en aquel camino. El hambre resplandecía en sus ojos. La necesidad volvía su voz melosa y le hacía mirar hacia los lados, buscando aquello que su sangre anhelaba. Esa misma necesidad fue lo que le convirtió en aliado.

Su nombre era Runas.

Tengo que hablar de él porque no sé si alguien más le recordará.

Tal vez sí. Quizá el muy bribón se dedicó días atrás a hacerse amigo de los héroes de Azeroth que pasaban por su lado y a intercambiar favores por cristales de maná, pero nunca se sabe.

Tengo que hablar de él, sí, pero no sé exactamente qué podría decirse. Intento hacer una especie de elegía, un epitafio para él, pero no encuentro las palabras. Imagino que sería apropiado comenzar diciendo que antaño Runas fue un elfo noble, seguramente de gran prestigio. Menuda estupidez. Como si eso le hiciera único...

De acuerdo, maldita sea. Antaño, Runas fue un elfo noble. Seguramente vestía togas de terciopelo con bordados de hilo de plata y maná. Llevaría abalorios en el pelo y joyas resplandecientes imbuidas con la luz de la luna y las estrellas. Hablaría mal de sus amigos y conocidos en opulentas cenas regadas con vino bañado en magia y urdiría contra sus rivales sociales a falta de un entretenimiento mejor. Digno hijo del Imperio, no me cabe duda.

Todo eso son memeces. Realmente, lo que Runas fuera antes de su caída no resulta interesante en absoluto.

Pero cayó. Fue exiliado, empujado al hambre y al abandono. Lejos de las fuentes de magia de su hogar, se vio obligado a rebuscar entre las piedras, a arrancar el maná de cualquier criatura y a lamer cristales en la cuenca de Azsuna. Aún así, intentaba mantener su dignidad. Luchaba por seguir siendo un elfo... algo parecido a un elfo. No le salía muy bien, pero él lo intentaba.

Si Runas me prestó ayuda no fue por benevolencia sino por desesperación. Habría hecho casi cualquier cosa por un cristal de maná. Parece terrible, pero la clave está en el «casi». Mientras existió ese condicional, siguió siendo quien era.

Aún recordaba el hogar. Aún sabía a quién tenía que matar a su regreso para cobrarse retribución. Sin embargo, el hambre era tan fuerte que ahogaba la sed de venganza. A veces era tan fuerte que ni siquiera podía moverse.

Si le presté ayuda a Runas no fue por benevolencia, sino por manipulación. Si le alimentaba, podía utilizarle. Nunca confié en él. Siempre me guardé del puñal que podría acabar dirigiéndose a mi espalda. Sé que hice bien, pero ahora...

Runas ya no existe. La sed de magia destruyó su mente y su espíritu. Finalmente, fue más de lo que pudo soportar y le venció. No es algo nuevo. Lo he visto muchas veces, constantemente, en las ruinas de Lunargenta y en el Bosque Canción Eterna. Lo vi en la isla de Quel'danas. Lo vi en un rey.

Sus últimas palabras fueron «ya no puedo verte». Después, su mirada se volvió oscura y salvaje y comenzó a deambular, vacío ya de toda voluntad o esperanza.

Hasta el fin de sus días, Runas seguirá dando vueltas en esa caverna, buscando alimento. Quizá alguna noche se despierte gritando, presa de un sueño lúcido, un recuerdo desesperado de lo que fue, que pronto será engullido por el hambre, ese abismo eterno que no le dará tregua. El maná abrirá su piel y le hará sangrar, herirá su carne y despuntará entre sus costillas como afilados cristales. Y un día dejará de existir sin tener un último instante de cordura para llorar su propia pérdida.

Runas me llamaba amigo, pero no éramos amigos. Lo decía para ganarse mi favor, y yo le seguía la corriente para utilizarle. Le daba cristales y compraba su ayuda. Otras veces, simplemente se los daba para saber qué más podía comprar, cuánto de él podía obtener, hasta qué punto estaba dispuesto a humillarse. No sé por qué hice eso. Me proporcionaba cierto placer... pero también me angustiaba ver lo bajo que caía.

Creo que al mirar a Runas me veía a mí mismo. Y supongo que, por esa razón, ahora no puedo abandonarle.

Voy a dejar la mitad de mi reserva de cristales aquí. Los esconderé en la cueva. Algunos de forma evidente, otros más ocultos. Una especie de circuito de dificultad progresiva para que Runas tenga que esforzarse cada vez más en encontrarlos. Tal vez así mantenga una parte de su mente a salvo. Tal vez así...

Bah, no sé qué espero conseguir con esto. Es estúpido. Los Desdichados no se curan, y Runas tampoco lo hará. Pero si no hay esperanza para él...

No tiene sentido pensar en eso. Dejaré los cristales tal y como he planeado y me iré. Tengo que seguir adelante.

Cuando regrese, espero que siga aquí. Espero volver a encontrarle erguido, con la mirada ávida e inteligente, llamándome amigo, aunque ambos sepamos que no es verdad.

En fin. El maldito epitafio, ¿qué puedo decir?

«Runas fue antaño un gran elfo». Al Vacío con eso, no sé qué clase de elfo fue antes de estar destrozado por la sed de magia. Pero durante sus últimos días fue alguien que luchó hasta el final. Aún así, cayó. Pero fue bonito, y trágico. Y al menos, a alguien le importa.

jueves, 1 de septiembre de 2016

II - Shaz'akar.


Hace seis semanas que comenzó la invasión de la Legión. Me encuentro en las Islas Abruptas, en Azsuna, para ser exactos, rodeado de ruinas, de bosques tan de ensueño que dan ganas de prenderles fuego y de extraños elfos sedientos de maná que me recuerdan con pesar a los Desdichados.

En este lugar, el cielo es de un color ambiguo, entre el azul y el gris. No sé cómo se llama. ¿Añil?

Una vez conocí a un pintor ciego que era capaz de mezclar pigmentos con los ojos cerrados. Identificaba la mezcla por el olor. Creo que murió durante el Azote.

Una lástima. Seguro que él sabría decirme de qué maldito color es el cielo de Azsuna.

Hoy los Illidari han conseguido al fin contener la invasión de la Legión en la costa, al menos por ahora, así que mis tétricos compañeros y yo emprendimos el camino hacia el santuario de los dragones azules, donde estoy ahora. Resulta que quedan dragones azules vivos. Quién lo iba a decir, ¿verdad?

Thokmoth, mi abisario, es silencioso. Durante el camino hacia el Santuario se deslizaba junto a mí sin ruido, apenas crepitando de vez en cuando. No es el ruido precisamente lo que puede alertar a otros de su presencia, sino esa sensación de densa pesadez que le acompaña, pero en todo caso agradecí la quietud que me permitía disfrutar del paisaje. Y Azsuna tiene un paisaje digno de admirarse. Shaz'akar, en cambio, no se ha callado en todo el camino y me ha fastidiado la experiencia.

Cuando puedes invocar y despedir a tus demonios a tu antojo, te acostumbras a hacerlo siempre que te molestan, pero con Shaz'akar es diferente. A él no puedo mandarle al Vacío Abisal cuando me está hartando, y a medida que pasan los días me doy cuenta de lo difícil que es convivir con un cráneo demoníaco parlante.

Shaz'akar fue en su día un demonio. Ahora no queda nada de él, solo su calavera y su esencia maldita. Uno pensaría que, como no tiene lengua ni cuerdas vocales, no puede hablar, pero el muy bastardo proyecta su voz de ultratumba y la hace resonar con ecos fantasmales en el aire. Así se ha pasado todo el viaje. Hablando sin parar. Que si en sus tiempos las construcciones eran más sólidas, que si ha destruido mundos mejores que este, que si esto qué es, que si adónde vamos... Al final, durante parte del camino he preferido invocar al diablillo para que hablaran entre sí y me dejaran tranquilo. Comprendo que, tras siglos de esclavitud, Shaz'akar tiene mucho que decir, pero no tengo por qué ser yo quien aguante sus historias.

Este cráneo flotante ha quedado ligado a mi existencia, al menos por ahora, a causa de la daga. La daga está ligada al cráneo, y la daga es poderosa, tanto como lo es el propio Shaz'akar. Yo estaba atrapado en una prisión de la Legión y necesitaba un arma para escapar. De modo que hice un pacto con el cráneo, le robé la daga a su antiguo dueño, un Eredar con mala leche, y le asesinamos antes de huir como ratas.

¿Y cómo llegué a ser prisionero de la Legión? Eso seguramente lo explicaría mejor Rittsyn, que al fin y al cabo es quien tiene la culpa de todo. El viejo orco es un brujo eminente. Nos conocemos desde hace medio año, suficiente para hacerme cambiar de idea acerca de los brujos y también acerca de los orcos. Pero a veces se equivoca, como todo el mundo. Aunque, sinceramente, ¿alguien pensaba que crear un portal e invocar a un Señor Demoníaco con un GOBLIN en el equipo podía salir bien?

Con el traslado de Dalaran y la guerra contra la Legión, Rittsyn y el resto de líderes de la Cosecha Oscura nos convocaron a todos los acólitos. Allí descubrí que yo no era el único brujo que había perdido el control sobre algunos demonios mayores. Se debatió la necesidad de encontrar armas más efectivas y fortalecer nuestro poder. Los líderes nos instaron entonces a participar en un ritual para abrir un portal y traer a un poderoso Señor Demoníaco al que someteríamos entre todos. De este modo poseeríamos su voluntad y podríamos controlar a sus legiones. Durante el ritual, el estúpido goblin falló y el demonio nos arrastró a través del portal. Los que no pudimos huir, fuimos hechos prisioneros.

Para ser mi primer viaje a un mundo de la Legión, puedo darme por satisfecho, la verdad. No quiero entretenerme explicando el miedo, las torturas y las crisis de pánico. Prefiero olvidar eso cuanto antes, si es que puedo. El hecho es que salí vivo y con una daga robada. Es tener suerte, al menos por esta vez. Durante gran parte del camino pensaba que iba a morir o a ser devorado por alguna criatura, pero pronto encontré a los demás supervivientes, y dirigidos por Rittsyn, Jubeka y ese otro tipo cuyo nombre nunca recuerdo, conseguimos volver de una pieza. Lo que hizo Ese Otro Tipo es realmente notable: ha conseguido poner a su servicio a un ejército entero de demonios, dominar uno de sus mundos y ahora es, por aclamación, el líder de la Cosecha Oscura. Hemos conseguido mantener un portal estable entre Dalaran y ese maldito asteroide arrasado y allí se prepara nuestro ejército de demonios.

Un ejército de demonios, ¿qué puede salir mal? Maldita sea.

Fue al poco de regresar a Dalaran cuando me di cuenta de que el maldito cráneo hablaba. Es difícil esconderlo, es un cráneo flotante, lo que significa que va flotando a mi lado. Ponerle una cuerda y hacerlo pasar por globo no es buena idea. No quiero que me vean con un globo, y además, él no se lo tomaría bien.

Al principio, hablar con Shaz'akar era interesante. Me contó acerca de su naturaleza, de su mundo de origen y de sus años de esclavitud al servicio de la Legión. Parece que ser un demonio independiente tampoco es fácil en estos tiempos que corren. Además, pese a su carácter inflamable, es muy inteligente y sabe lo que le conviene. Hemos hecho un pacto bastante civilizado, dadas las circunstancias. Pero veo que tendré que instruirle con sutileza para que empiece a comportarse de forma menos... absorbente. Sí, debo enseñarle modales. Y puede que a leer. Así estará entretenido.

Es curioso, si me paro a pensarlo, mis relaciones más profundas desde hace más de un año han sido con un brujo emocionalmente amputado, con Arcaxios —un Señor del Vacío— y ahora, con Shaz'akar. Sí, es curioso. Y lamentable. Me pregunto qué será lo próximo.

¿Quieres apostar?

I - El diario.

Soy un superviviente.

Nací de un vientre maldito. Escapé de una torre en llamas. Huí de un maestro vil y manipulador, del pasado y de mí mismo.

La Fuente se perdió, y yo seguí adelante. El Rey se convirtió en cenizas, el pueblo se dividió, la sangre de los elfos corrió por los valles de Quel'thalas y Terrallende, y yo salí indemne. Cuando el Príncipe regresó trayendo la fatalidad, una vez más, me salvé. 

A veces he sido yo mismo quien se ha lanzado a los brazos de la muerte en una caída al vacío para huir del dolor. Nunca he sido lo bastante valiente, sin embargo. Cada vez que lo he intentado, en el último momento el miedo me ha hecho volar.

Cuando aquel portal se abrió en los Bajos Fondos de Dalaran y el demonio surgió entre la bruma glauca, rabioso y vengativo, pensé que al fin escribiría el final de mi historia.

No ha sido así. A esto también he sobrevivido. Así que he decidido comenzar este diario. Ya que mi vida insiste en proseguir a toda costa, supongo que tengo que contarle a alguien qué hago con ella en este nuevo camino, el Camino Izquierdo, el Arte de los brujos.

Brujos. Qué asco. Siempre he desdeñado a esa gente. A mis ojos, un brujo era un tipo ansioso y superficial, incapaz de estudiar de forma constante y profunda, que solo buscaba el poder fácil y el éxito rápido y con pésimo gusto en el vestir. Los que no daban la talla para ser magos, se convertían en brujos. Odiaba toda esa parafernalia: las calaveras, las hombreras de pinchos, las tétricas caperuzas... el hedor repugnante de la sangre de demonio, los lugares sucios, los altares mugrientos. No, jamás pensé que este fuera a ser mi destino. Y sin embargo aquí estoy, en la mitad de un camino del que ya no se puede regresar. Yo, el Magíster, ahora soy un brujo.

Mientras escribo pienso en todos vosotros, en los que habéis formado parte de mi vida. Pienso en los vivos y en los muertos. Me pregunto qué pensaríais sobre aquello en lo que me he convertido... y después os desprecio. ¿Por qué habría de importarme vuestra opinión, eh? ¿Por qué me importa, maldita sea? Ninguno estáis aquí para verlo, todos me habéis abandonado, así que ¿qué derecho tenéis a juzgarme? Estoy aquí por vuestra culpa. Pero, y esa es la amarga ironía, vuestro recuerdo es todo lo que me queda. Así que es a vosotros a quienes hablo. 

No deja de ser patético, ya lo sé. Mi vida siempre ha sido una tragicomedia, como esas obras teatrales pésimas, mal escritas, que interpretan compañías de medio pelo en los pueblos de la antigua Lordaeron, donde actrices preñadas y con las venas dilatadas por el grog sobreactúan la muerte de la Reina Tiffin antes de cambiar de escena y dar paso a un grupo de gnomos bailando. Así es mi vida, sí. Más o menos. Los momentos más tristes y amargos nunca han llegado a ser solemnes. Los momentos graves y duros siempre han acabado en ridículo. Y cuando algo parecía salir bien, ocurría una desgracia demasiado grande como para tener control sobre ella. Cada paso que doy es una planta que se marchita sin llegar a florecer, sin alcanzar jamás algo auténtico. Y si alguna vez se me permite rozarlo con los dedos, el cruel destino ya está preparando una caída más estrepitosa aún que la anterior.

No, yo no camino. Solo intento caer con estilo.

Así que aquí estoy, en este lugar perdido de la mano de los Dioses. La Legión dice que los Titanes nos han abandonado, y les creo.

Llueve y hace frío. Tengo la toga rota y hace dos días que no puedo bañarme. Llevo una piedra de alma al cuello, una daga en el cinto y hay un cráneo flotante a mi lado, mirándome y hablando sin parar mientras escribo esto.

Soy un superviviente. La guerra en las Islas Abruptas acaba de empezar, así que quizá no lo seré por mucho tiempo.

Qué suerte, ¿verdad?


Voy a buscar a los Illidari. Alguien aquí tiene que vender vino.